La invasión de los ladrones de cuerpos
La invasión de los ladrones de cuerpos by http://eresaw.deviantart.com/

Entonces lo percibo. Un olor diferente al del tabaco. Con un dulzor propio , para nada similar al picante de la ceniza y el humo concentrado en la estancia. Un perfume que no es de este mundo pero que yo reconozco de manera primaria. Un miasma estancado que representa cierta esencia germinal, como de renuevo echado a perder. Lo inspiro con avidez y mis ojos persiguen un ligero sendero insinuado en el aire hasta posarse justo sobre mis manos que aún descansan sobre el sofá. Y bajo ellas, sobre el asiento central, lo veo. Veo a mi receptor y asimilo que ahora él, ese desconocido, es mucho más yo que yo mismo. Y me repito en letanía que yo debo ser el receptor.

La envoltura de color verde ceniciento se ha extendido inexorablemente, invadiendo en su avance la mayor parte de los asientos y llegando hasta la mesilla que ejerce de separación con el televisor. En la crisálida alojada en la zona central se transparenta, gracias a la acción del televisor, una sombra alargada de aspecto compacto. Apenas un reflejo opaco entre la elaborada envoltura. Y entonces se mueve, ejerciendo presión sobre la membrana que lo retiene. Un movimiento suave y prolongado como el que en un sueño profundo se usaría para cambiar de posición. El organismo, sumido en un insondable letargo inducido permanece en suspensión. Rodeado de un espeso líquido amniótico. Recorriendo las últimas fases del camino opuesto a la germinación.

Siento un leve escalofrío mientras permanezco de pie en el centro de la sala. De nuevo mi cerebro se activa. Debo limpiar mi cuerpo recién emergido y cubrirlo con ropas de abrigo. La temperatura no debe descender demasiado o podría generarse alguna complicación en este organismo y no deseo volver al letargo ahora que casi se ha completado la asimilación.

Recupero la disposición de la casa de entre las apergaminadas páginas de mi atlas mental descubriendo que, a cada minuto, me resulta más sencillo rebuscar en mi interior. Sé que en la primera planta del edificio encontraré lo que busco, así que abandono la crisálida y me dirijo hacia unas escaleras que no puedo ver, pero que conozco a la perfección. Mientras subo a pasos constantes, deslizo mi mano por el suave pasador de madera anclado a la pared dejando que las yemas de mis dedos lean cada una de sus innumerables vetas. Como siguiendo el rastro de su anterior existencia. Pero el antiguo ser vivo es ya un elemento transformado, reducido inexorablemente a objeto manufacturado cuando el humano modeló sobre él lo que previamente había recreado en su cabeza. Una existencia reestructurada. Reorganizada y finalmente asimilada como partícipe de los fines de un ente superior.

Superado el último peldaño llego a un iluminado pasillo y entro, sin percatarme, por la puerta más cercana que encuentro rutinariamente entreabierta. En el cuarto de baño la iluminación se multiplica y de nuevo debo parpadear rápidamente hasta adaptar la visión a las nuevas circunstancias. Es una estancia repleta de reflejos oscilantes que de nuevo turban mis sentidos, así que extiendo la pequeña cortina que cuelga junto a la ventana y me apoyo en el lavabo sobre el que descansa un exiguo espejo ovalado. Observo su superficie, pulida hasta el extremo, con evidente interés, y tardo unos segundos en reconocer mi imagen. Justo el tiempo suficiente para avistar un rostro que me observa de manera displicente. Dibujando el rictus reconocible de la indiferencia. Mi yo previo y el posterior se miran intensamente, sin reconocerse, hasta que consigo disociar totalmente a ambos.